Me encantan las tormentas, sobre todo las de verano.
Cuanto más fuerte llueve, más rayos, más relámpagos, mejor.
Me remueven todos los sentidos, son como un grito de la tierra para que pares y escuches a tu propio ser, para que salgas del bullicio diario, de las obligaciones, de mirar el reloj, de correr para llegar a las citas de trabajo.
Es un para y escucha. Escúchate.
El sonido de la lluvia, el viento que mueve las ramas de los árboles, los pájaros que cruzan volando delante de tí buscando un refugio temporal.
Me encantan las tormentas, sobre todo las de verano.
En las que te permites pisar la tierra mojada, descalza, y sientes que el barro se mezcla con tus dedos, y disfrutas como cuando eras niña. Aunque yo nunca dejé de serlo; la niña.
Cuando te quedas quieta debajo de un árbol y dejas que caigan sobre tí las gotas de lluvia que ya han pasado por sus hojas.
Te empapas de sus mensajes, porque el agua habla, los árboles hablan, la tormenta grita.
Y mientras dura soy hierba, soy árbol, soy pájaro, flor y fruta.
Me encantan las tormentas, sobre todo las de verano.